DESDE LA TIERRA


Querido diario:

En la soledad de mi estudio, mientras las sombras danzan en las paredes y el silencio me envuelve como un manto oscuro, no puedo evitar que mis pensamientos vaguen por los recovecos más profundos de mi mente. Las noticias de este planeta
me traen consigo un aire de inquietud y desasosiego, como un eco distante de tiempos pasados que se niega a desvanecerse en la noche. 

Las palabras del gobierno de la ONU resuenan en mi mente como un eco distorsionado, un recordatorio sombrío de la fragilidad de la humanidad y la rapidez con la que pueden desvanecerse las ilusiones de progreso y civilización. En cada declaración, percibo la sombra alargada de un autoritarismo que amenaza con eclipsar la luz de la libertad y la justicia. 

¿Desde cuándo las cosas han tomado este rumbo tan sombrío? ¿Cuándo perdimos el rumbo y nos dejamos arrastrar por las corrientes turbulentas del conflicto y la discordia? En tiempos como estos, es difícil no sentir una profunda melancolía por la fragilidad de la condición humana y la fugacidad de nuestras aspiraciones más nobles.


La llegada de reclutas desde la Luna para sofocar las protestas en la Tierra es un recordatorio mordaz de la ironía que subyace en la condición humana, un reflejo grotesco de nuestra propensión a la violencia y la opresión en nombre de la paz y la seguridad. En cada rostro joven enviado al frente de batalla, veo reflejada la tragedia de un mundo que ha perdido su brújula moral y se ha entregado a las pasiones más oscuras y destructivas.

En estos momentos de incertidumbre y temor, me aferro a la esperanza de que aún queda un destello de humanidad en el corazón de aquellos que se atreven a soñar con un mundo mejor. Es hora de que cada uno de nosotros levante la voz y se una en un clamor por la paz, la justicia y la libertad. Solo así podremos rescatar la dignidad perdida de nuestra especie y redimirnos ante los ojos de la historia.

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