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Mostrando las entradas de abril, 2024

VISITANTES DE OTRAS TIERRAS CONOCIDAS

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  El sonido sibilante se fue convirtiendo en un zumbido agudo y luego en un ruido  prolongado y quejumbroso. Lentamente se levantó del pozo una forma extraña y de  ella pareció emerger un rayo de luz. De inmediato saltaron del grupo de hombres grandes llamaradas, que fueron de  uno a otro. Era como si un chorro de fuego invisible los tocara y estallase en una  blanca llama. Era como si cada hombre se hubiera convertido súbitamente en una tea. Luego, a la luz misma que los destruía, los vi tambalearse y caer, mientras que los  que estaban cerca se volvían para huir. Me quedé mirando la escena sin comprender aún que era la muerte lo que saltaba  de un hombre a otro en aquel gentío lejano. Todo lo que sentí entonces era que se  trataba de algo raro. Un silencioso rayo de luz cegadora y los hombres caían para  quedarse inmóviles, y al pasar sobre los pinos la invisible ola de calor, éstos estallaban  en llamas y cada seto y matorral convertíase en una hoguera.   Y hacia la dirección de  Kn

EN LOS DIAS DE DESCANSO SUEÑO DE MARTE A LA LUNA

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  Mis queridos colegas repuso éste, seré breve. Dejaré a un lado la bala física, la bala que mata, para no ocuparme más que de la bala matemática, la bala moral. La bala es para mí la más brillante manifestación del poder humano; éste se resume enteramente en ella: creándola es como el hombre se ha acercado más al Creador. ¡Muy bien! dijo el mayor Elphiston. En efecto exclamó el orador, si Dios ha hecho las estrellas y los planetas, el hombre ha hecho la bala, este criterio de las velocidades terrestres, esta reducción de los astros errantes en el espacio, que en definitiva tampoco son más que proyectiles.  ¡A Dios corresponde la velocidad de la electricidad, la velocidad de la luz, la velocidad de las estrellas, la velocidad de los cometas, la velocidad de los planetas, la velocidad de los satélites, la velocidad del sonido, la velocidad del viento!  ¡Pero a nosotros la velocidad de la bala, cien veces superior a la de los trenes y a la de los caballos más rápidos! J. T. Mast

MIENTRAS TANTO EN LA TIERRA

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                                                    Primera Parte: Era Estupendo Quemar  Constituía un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Con su casco simbólico en que aparecía grabado el número 451 bien plantado sobre su impasible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaranjada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió el deflagrador y la casa quedó rodeada por un fuego devorador que inflamó el cielo del atardecer con colores rojos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un enjambre de luciérnagas. Quería, por encima de todo, como en el antiguo juego, empujar a un malvavisco hacia la hoguera, en

LOS COLONOS

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  Cuando el sol se puso, el hombre se acuclilló junto al sendero y preparó una cena frugal y escuchó el crepitar de las llamas mientras se nevaba la comida a la boca y masticaba con aire pensativo. Había sido un día no muy distinto de otros treinta, con muchos hoyos cuidadosamente cavados en las horas del alba, semillas echadas en los hoyos, y agua traída de los brillantes canales. Ahora, con un cansancio de hierro en el cuerpo delgado, yacía de espaldas y observaba cómo el color del cielo pasaba de una oscuridad a otra.  Se llamaba Benjamin Driscoll, tenía treinta y un años, y quería que Marte creciera verde y alto con árboles y follajes, produciendo aire, mucho aire, aire que aumentaría en cada temporada. Los árboles refrescarían las ciudades abrasadas por el verano, los árboles pararían los vientos del invierno. Un árbol podía hacer muchas cosas: dar color, dar sombra, fruta, o convertirse en paraíso para los niños; un universo aéreo de escalas y columpios, una arquitectu

UNA GRANJA SOÑADA EN UN PLANETA DE COLOR ROJO

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  Los hombres de la Tierra llegaron a Marte. Llegaron porque tenían miedo o porque no lo tenían, porque eran felices o desdichados, porque se sentían como los Peregrinos, o porque no se sentían como los Peregrinos.  Cada uno de ellos tenía una razón diferente. Abandonaban mujeres odiosas, trabajos odiosos o ciudades odiosas; venían para encontrar algo, dejar algo o conseguir algo; para desenterrar algo, enterrar algo o alejarse de algo. Venían con sueños ridículos, con sueños nobles o sin sueños.  El dedo del gobierno señalaba desde letreros a cuatro colores, en innumerables ciudades: HAY TRABAJO PARA USTED EN EL CIELO. ¡VISITE MARTE! Y los hombres se lanzaban al espacio. Al principio sólo unos pocos, unas docenas, porque casi todos se sentían enfermos aun antes que el cohete dejara la Tierra.  Y a esta enfermedad la llamaban la soledad, porque cuando uno ve que su casa se reduce hasta tener el tamaño de un puño, de una nuez, de una cabeza de alfiler, y luego desaparece